domingo, 12 de abril de 2009

Panamá América - 12/04/2009

El Tapón del Darién, del Mito a la Realidad
Omar Jaén Suárez
Geógrafo, historiador, diplomático
El presidente Alvaro Uribe ha mencionado un tema, el Tapón del Darién, sobre el cual hay una gran confusión. Los vendedores de miedo se lo han apropiado y creado una atmósfera de rechazo a la necesaria y urgente comunicación terrestre entre Panamá y Colombia, entre Alaska y la Tierra del Fuego. Se han tejido tantos mitos y fantasías que hasta se ha olvidado de dónde proviene el temor primordial: el rechazo de Colombia y lo colombiano por parte de los fundadores de la República en 1903.

Los próceres, quienes eran por mitad comerciantes de origen cartagenero, vivieron bajo el terror de la reconquista e impusieron una visión de su patria ancestral muy negativa. En los textos escolares se presentó el período colombiano como de espanto, causa de todos los males y se persiguió, judicialmente, al que discrepara hasta la década de 1930. Más tarde el terror de la aftosa, de la guerrilla y de la delincuencia ha sido explotado por diversos grupos de interés, ganaderos y políticos inescrupulosos principalmente.

A eso se sumó el rechazo a la alteración necesaria del medio natural en el espacio que ocuparía la carretera, propiciado por ambientalistas rígidos o poco informados. Para coronar, tenemos la oposición, más bien reciente, de Estados Unidos a favorecer nuevas vías de emigración desde Sudamérica. Los dirigentes panameños, en vez ejercer su responsabilidad de orientar a la población, han tomado el camino fácil de plegarse a la encuesta de opinión manipulada por la burda propaganda xenofóbica, anticolombiana y el recuerdo lejano de 1903.

En la década de 1950 la unión por carretera de todo el continente americano era un exaltante desafío que todos decidieron enfrentar con energía. Intrépidos exploradores como Tomás Guardia hijo, Amado Araúz y Edwin Fábrega recorrieron el trazado propuesto. Estados Unidos hasta se comprometió en 1970 a sufragar dos tercios del costo. Pero la concertación de los Tratados Torrijos-Carter consumió los esfuerzos de Panamá en su política internacional y nunca se logró que el socio más poderoso cumpliera plenamente su promesa. La década de 1980, ya lo sabemos, fue más bien perdida y en la de 1990 comienzan diversos grupos de presión y de interés a moverse en contra de la carretera que pondría a Medellín, una gran metrópoli de 4 millones de habitantes, a algunas horas en automóvil de la ciudad de Panamá y a un mercado de casi 80 millones de habitantes, de Colombia, Venezuela y Ecuador, descubierto sólo por los comerciantes de la Zona Libre de Colón, al alcance de la mano de todos.

Al canal interoceánico se añadiría la carretera panamericana, otro instrumento de aprovechamiento de nuestra posición geográfica. Panamá quedaría al fin en un cruce de caminos y recibiríamos por tierra productos más baratos de Sudamérica. Pero la tozudez de algunos y la apatía de los gobernantes lograron paralizar una obra que traería enormes beneficios para ambos países y para toda la región. Cualquiera que conozca aunque fuera someramente de Geografía sabe que la mejor manera de controlar un territorio fronterizo es mediante el establecimiento de lugares poblados y vías de comunicación formales.

La selva virgen sólo favorece a los ilegales. La selva aislada propicia la deforestación, fenómeno que sigue extendiéndose. En el lado panameño hay 58 kilómetros de carretera por construir entre Yaviza y Palo de las Letras, mientras que en el colombiano algo semejante y un gran puente sobre el río Atrato.

Si el presidente Uribe pudiera garantizarnos la “securización” de su región fronteriza, creo que podríamos salvar los últimos escollos reales para ejecutar el proyecto de unir por tierra las Américas y abrir nuevas y prometedoras vías de desarrollo para Panamá, Colombia y todo el continente.

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