martes, 6 de octubre de 2009

Diario LA PRENSA- 06/10/2009

MARIANELLA MEJÍA S.
mmejia@prensa.com
Pasar por el golfo de San Miguel y adentrarse en la selva por La Palma, en Darién, es la única manera de tener acceso a Cana, una antigua zona minera que está inmersa en la densa selva del Parque Nacional Darién.
Las alturas esta vez están protagonizadas por las copas de los árboles y la vegetación húmeda y no por los grandes edificios del panorama capitalino.
Son árboles que a la distancia parecen ser uniformes y que dan la sensación de pertenecer a la misma clase; sin embargo, debajo de esa espesa capa verdosa hay una inmensa biodiversidad virgen y vulnerable.
Y es que este bosque siempre verde o selva lluviosa es uno de los más delicados y frágiles de la naturaleza.
Pero, a pesar de crear un vistoso contraste de verdes, al sobrevolar el Parque Nacional Darién lo que resaltan son las miles de hectáreas que han sido taladas y devastadas en estos terrenos.
Por ello, Cana es una de las pocas áreas recuperadas a la que le han dado tregua y que se ha conservado para dar el ejemplo de preservación y responsabilidad.
la cruda realidad
Son muchas los frentes que compiten y cuyo paso va en detrimento de la conservación del medio ambiente. Se habla de beneficios económicos en todos sus sentidos y de miles de opciones de mercado que aportan estas tierras.
Pero, “la capa vegetal que guardan estos suelos es delicada, una vez que se altera pierde sus beneficios”, comenta Alida Spadafora, de Asociación Nacional para la Conservación de la Naturaleza (Ancon).
De hecho, de las más de 576 mil hectáreas que tiene el Parque Nacional Darién, poco a poco se ha ido utilizado gran porcentaje para fines económicos, comenta Segundo Sugasti, de Ancon Expedition.
“Hemos llegado al punto de importar el arroz que consumimos en Panamá, ya no hay donde sembrar”, recalca.
Todo lo que se ve talado en la selva darienita, cual cicatrices en la piel, ha sido para la agricultura, la ganadería, puercos, o siembra de árboles de teca, madera que se importa a la India.
El 70% de estos terrenos es comprado por gente del interior del país y el 30% restante, por extranjeros, para la siembra de palmas aceiteras, entre otras cosas.
Sin embargo, se maneja otra teoría: no todas las tierras taladas han sido usadas por los fines ya citados; muchas de estas tierras sirven para lavado de dinero, por eso su aumento especulativo en el precio de la hectárea, pasando de unos 500 dólares a los 5 mil dólares en menos de cinco años, comenta Alexander Salazar, ejecutivo de bienes raí ces y luchador medioambientalista.
“En su momento Cana fue víctima de esta misma especulación, cuando los colonos descubrieron la cantidad de oro que yacía en sus suelos”, comenta Spadafora.
Y el daño que se hacía al entorno era grave. Por cada tonelada de tierra que se removía se obtiene una sola onza de oro. Sin embargo, esto jamás fue motivo para detener el proceso.
El biólogo Juan Matté, del Smithsonian, comenta que algunas de estas coberturas boscosas que están siendo devastadas pueden ser recuperadas en un mínimo porcentaje y dependiendo siempre del proceso que se haya realizado en ellas.
De igual manera, el ecologista Iker Lasa dice que actualmente está sucediendo “un fenómeno interesante”: algunos de los bosques que han sido talados y abandonados luego de agotar sus recursos, están recuperándose poco a poco, sin embargo esto jamás será suficiente si se mantiene el mismo ritmo de inconsciencia.
“La gente no sabe la inmensa importancia que tiene el tapón del Darién”, recalcó.

http://biblioteca.prensa.com/contenido/2009/10/06/5-pase.html